DISCURSO al consejo ejecutivo de las Uniones internacionales de superiores y superioras generales, 18 de febrero



Pobreza radical, fidelidad y coherencia
para ser testigos auténticos del Evangelio

La mañana del lunes 18 de febrero, el Santo Pa­dre Benedicto XVI recibió en audiencia a los miem­bros del Consejo para las relaciones entre la Con­gregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica y las Uniones in­ternacionales de superiores y de superioras genera­les. En el encuentro, que tuvo lugar en la sala del Consistorio del palacio apostólico, tomaron parte los miembros del consejo ejecutivo de la Unión in­ternacional de superiores generales (USG) y del con­sejo ejecutivo de la Unión internacional de superio­ras generales (UISG). Estuvieron presentes también el cardenal Tarcisio Bertone, s.d.b., secretario de Estado, el cardenal Franc Rodé, c.m., y mons. Gianfranco Gardin, o.f.m.conv., respectivamente prefecto y secretario del dicasterio que se ocupa de la vida consagrada. En el curso de la reunión se afrontaron varios aspectos de la vida consagrada en nuestro tiempo, poniendo de relieve los elementos positivos y las dificultades, las expectativas y los desafíos que las familias religiosas encuentran en su testimonio evangélico. El amplio y fraterno diálogo resultó muy provechoso y ofreció a Su Santidad una actualización profunda sobre los di versos aspectos referentes a la vida consagrada. Al final de los tra­bajos el Papa dirigió a los presentes el discurso que ofrecemos a continuación, traducido del italiano.

Queridos hermanos y hermanas:
Al final de esta mariana de reflexión común sobre algunos aspectos particu­larmente actuales e importantes de la vi­da consagrada en nuestro tiempo, quie­ro ante todo dar gracias al Señor por­que nos ha ofrecido la posibilidad de es­te encuentro sumamente provechoso pa­ra todos. Hemos podido analizar juntos las potencialidades y las expectativas, las esperanzas y las dificultades que en­cuentran hoy los institutos de vida con­sagrada.
He escuchado con gran atención e in­terés vuestros testimonios, vuestras ex­periencias, y he tomado nota de vues­tras peticiones. Todos constatamos que en la sociedad moderna globalizada re­sulta cada vez mas difícil anunciar y tes­timoniar el Evangelio. Si esto vale para todos los bautizados, con mayor razón es verdad para las personas que Jesús llama a su seguimiento de maniera mas radical a través de la consagración reli­giosa. Por desgracia, el proceso de secu­larización que avanza en la cultura con­temporánea afecta también a las comu­nidades religiosas.
Sin embargo no hay que desalentarse porque, como se ha recordado oportu­namente, aunque no pocas nubes se ciernen sobre el horizonte de la vida re­ligiosa, también van surgiendo, mas aún, aumentan constantemente las seña­les de un despertar providencial que suscita motivos de esperanza consolado­ra. El Espíritu Santo sopla con fuerza por doquier en la Iglesia, suscitando un nuevo compromiso de fidelidad en los institutos históricos, junto a formas nuevas de consagración religiosa en conso­nancia con las exigencias de los tiempos.
Hoy, como en todas las épocas, no faltan almas generosas dispuestas a de­jarlo todo y a todos para abrazar a Cris­to y su Evangelio, consagrando a su ser­vicio su existencia dentro de comunida­des impregnadas de entusiasmo, genero­sidad y alegría. Lo que caracteriza a es­tas nuevas experiencias de vida consa­grada es el deseo común, compartido con pronta adhesión, de pobreza evangélica practicada radicalmente, de amor fiel a la Iglesia, de dedicación generosa al pró­jimo necesitado, prestando atención es­pecial a las pobrezas espirituales mas ge­neralizadas en la época contemporánea.
Al igual que mis venerados predeceso­res, en varias ocasiones yo también he reafirmado que los hombres de hoy ex­perimentan una fuerte atracción religio­sa y espiritual, pero sólo es-tan dispues­tos a escuchar y a seguir a quienes tes­timonian con coherencia su adhesión a Cristo. Y es interesante constatar que tienen abundantes vocaciones precisa­mente aquellos institutos que han con­servado o han escogido un estilo de vida con frecuencia muy austero y fiel al Evangelio vivido «sine glossa».

Pienso en tantas comunidades de fieles y en las nuevas experiencias de vida consagrada que vosotros conocéis muy bien; pienso en el trabajo misionero de numerosos grupos y movimientos ecle­siales, de los que surgen muchas voca­ciones sacerdotales y religiosas; pienso en las muchachas y en los jóvenes que lo dejan todo para entrar en monasterios y conventos de clausura. Es verdad senda de la perfección evangélica y en­tran en nuevas formas de vida consagra­da tras conmovedoras conversiones— le siga el compromiso de la perseverancia en un auténtico camino de perfección ascética y espiritual, en un camino de verdadera santidad.
Por lo que se refiere a las Órdenes y congregaciones con una larga tradición en la Iglesia, como habéis subrayado, se constata que a lo largo de los últimos decenios casi todas —tanto las masculi­nas como las femeninas— han atravesa­do una difícil crisis, debida al envejeci­miento de sus miembros, a una dismi­nución más o menos acentuada de las vocaciones, y a veces incluso a un «can­sancio» espiritual y carismático.
Esta crisis, en ciertos casos, ha sido incluso preocupante. Sin embargo, junto a situaciones difíciles, que conviene mi­rar con valentía y verdad, se dan tam­bién signos de recuperación positiva, so­bre todo cuando las comunidades deci­den volver a sus orígenes para vivir en mayor consonancia con el espíritu del fundador. En casi todos los recientes ca­pítulos generales de los institutos religio­sos, el tema recurrente ha sido precisa­mente el redescubrimiento del carisma fundacional para encarnarlo y actuarlo de forma nueva en el tiempo presente. Redescubrir el espíritu de los orígenes, profundizar en el conocimiento del fun­dador o de la fundadora, ha ayudado a dar a los institutos un nuevo y prometedor impulso ascético, apostólico y misionero. Da este modo se han revitalizado obras y actividades de siglos; y hay nuevas iniciativas de auténtica actuación del carisma de los fundadores. Es necesario seguir avanzando por este camino, orando al Señor para que lleve a pleno cumplimiento la obra que él mismo ha comenzado.
Al entrar en el tercer milenio, mi ve­nerado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II invitó a toda la comuni­dad eclesial a «recomenzar desde Cristo» (cf. carta apostólica Novo millennio ineunte, 29 ss). ¡Si! También los institu­tos de vida consagrada, si quieren man­tener o recobrar su vitalidad y eficacia apostólica, tienen que «recomenzar des- de Cristo» continuamente. El es la coca firme sobre la que debéis construir vues­tras comunidades y cada uno de vues­tros proyectos de renovación comunita­ria y apostólica.
Queridos hermanos y hermanas, gra­cias de corazón por la atención que prestàis al cumplimiento de vuestro comprometedor servicio de guia de vuestras familias religiosas. El Papa esta junto a vosotros, os alienta y asegura a cada una de vuestras comunidades un recuerdo diario en la oración.
Al terminar este encuentro, quiero sa­ludar con afecto una vez màs al carde­nal secretario de Estado y al cardenal Franc Rodé, asi como a cada uno de vo­sotros. Asimismo, os pido que saludéis a todos vuestros hermanos y hermanas en religión, en particular a los ancianos que han servido durante mucho tiempo a vuestros institutos, a los enfermos que contribuyen a la obra de redención con sus sufrimientos, a los jóvenes que son la esperanza de vuestras diferentes familias religiosas y de la Iglesia. A to­dos os encomiendo a la maternai pro­tección de Maria, modelo excelso de vi­da consagrada, a la vez que os bendigo cordialmente.

L'OSSERVATORE ROMANO N. 8 - 22 de febrero de 2008

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